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23 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 3 horas | ISSN: 2805-6396

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Especiales / Obras del Pensamiento Político


Hegel: ¿pensador totalitario?

13 de Marzo de 2014

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Miguel Gualdrón y Andrés Mejía Vergnaud

 

 

La obra de Hegel fue más que una simple contribución a la teoría. Fue un hecho que impactó al mundo filosófico y político de tal manera, que esta serie estaría incompleta sin una consideración de la más fuerte polémica que existe acerca de la filosofía de Hegel, a saber, la tesis según la cual ella es base para el totalitarismo y para la supresión de la sociedad libre y abierta. Miguel Gualdrón, filósofo experto en la materia, ofrece a continuación su análisis:

 

¿Era Hegel un pensador totalitario? En cierta medida, esta pregunta tiene que ver con uno de los elementos principales de la filosofía hegeliana, del cual hablamos en la entrega anterior: la importancia de crear un sistema filosófico. En general, parece fácil  interpretar su énfasis en la sistematicidad como un afán por forzar la realidad política, por ejemplo, dentro de una serie de estructuras, instituciones y prácticas ideales. “Ideales”, tanto en el sentido de son no reales, ya sea porque son abstracciones, invenciones, creaciones mentales, construcciones puramente teóricas, etc. Pero “ideales” también en el sentido de que son estructuras deseables, al apuntar a una finalidad que arbitrariamente se ha elegido como absoluta: desarrollos de un simple deber ser que no tiene un sustento real. En estos dos sentidos se entiende comúnmente a Hegel como un autor totalitario, un filósofo para el cual la realidad debe acomodarse a la idea sea como sea.

 

Su filosofía del derecho no es una excepción; se entiende a menudo como una simple aplicación a la realidad de “conceptos” o “ideas” abstractas (establecidas previamente de manera teórica) acerca de cómo debemos organizarnos políticamente, cómo debemos relacionarnos con nuestros gobernantes o cuál es el sentido de la soberanía.

 

Popper interpreta a Hegel

Tal vez uno de los ejemplos más claros de esta interpretación sea la manera en la que comúnmente, aún hoy en día, se lee su filosofía de la historia, una interpretación llevada al extremo por el pensador austríaco Karl Popper. Para él, Hegel es culpable de lo que él llama “historicismo”, una interpretación que llevaría directamente al totalitarismo, y que se sustenta en la convicción de supuestamente haber descubierto las leyes universales de la historia, con lo que se cree estar en la capacidad de predecir el movimiento de la misma, su final, y con ello, la manifestación política que corresponde a la más alta actualización de estas leyes. En su libro La sociedad abierta y sus enemigos, el pensador austríaco elige como emblemáticos representantes del pensamiento totalitario a Platón, Marx y Hegel, y, en el caso particular de este último, lo muestra como uno de los mayores defensores de la monarquía prusiana, y uno de los puntos de partida ideológicos del Nacionalsocialismo. Estas pseudoleyes de la historia le habrían dado a Hegel la autorización para afirmar el carácter absolutista del Estado, la admiración profunda e incuestionada por el soberano y la superioridad de los gobernantes sobre las necesidades y opiniones del pueblo. Todas estas acusaciones están sugeridas por una serie de malinterpretaciones y desafortunadas traducciones de afirmaciones de Hegel en torno a la divinidad del Estado, o a la manifestación del Espíritu.

 

No es este el lugar para analizar y cuestionar las acusaciones particulares de Popper en torno a Hegel, aunque se podrían mencionar estudios que discuten no solo la ligereza, la falta de rigurosidad y la manipulación inherentes al método mismo con el que Popper se enfrenta a los textos hegelianos. Tal vez resulte más iluminador abordar este problema precisamente a partir de la relación entre lo que hemos llamado vagamente “idea” y lo que entendemos como realidad, y la manera en la que una y otra se relacionarían dentro de la filosofía de Hegel. ¿Es Hegel un pensador totalitario, en el sentido de querer imponer absoluta y arbitrariamente, desde afuera, una idea, una serie de leyes, conceptos o abstracciones, a una realidad política, ética, jurídica o incluso estética?

 

En primer lugar, esta concepción de lo ideal, o, más propiamente, la idea, entra en contradicción directa con la manera en la que Hegel da cuenta de este término en obras como la Ciencia de la lógica y la Enciclopedia: la idea es en sí misma una manifestación en la realidad, o la realidad misma, y es inseparable de su actualización. En este sentido, Hegel no está interesado en encontrar un “equilibrio” entre lo espiritual y lo real, como sugiere Hannah Arendt en La condición humana; ni está interesado en una unidad entre concepto y realidad, en el sentido de que se busque una imposición del primero en la segunda, o la elevación de la segunda al primero, lo que sería historicista para Popper.

 

Como lo muestra el análisis de la entrega anterior, Hegel estaría interesado, más bien, en la manera en que el concepto, por su propio movimiento, se va desarrollando y actualizando en formas distintas de manifestación de la libertad. Cada una de estas formas constituye “la verdad” sobre lo que significa ser libres, y solo podemos alcanzar una libertad en el sentido completo cuando el concepto de la libertad se ha desarrollado paulatinamente en cada una de las manifestaciones del derecho.

 

Como explicábamos en la primera entrega sobre la Filosofía del Derecho, para Hegel no se trata, de ninguna manera, de observar el resultado del proceso y afirmar este final como la única verdad, la realidad, la libertad. No es en la eticidad donde el Derecho alcanza por primera vez realidad, y no es aquí donde debemos buscar la “respuesta” a la pregunta por la libertad. El proceso mismo es la manifestación de la libertad, y la última forma no sería posible sin la realidad de la primera.

 

¿Hegel totalitario?

En lo que toca al problema del totalitarismo político, se podrían concluir al menos dos cosas de este análisis: en primer lugar, no es cierto que Hegel afirme una supremacía absoluta del Estado, como lo defienden incontables interpretaciones a partir del uso irresponsable de citas sacadas de contexto, mal traducidas,  cortadas y reorganizadas, o, simplemente, atribuibles a Hegel solo de oídas: este es el caso de las “adiciones” a algunas de las obras de Hegel, extraídas de apuntes de clase de algunos de sus estudiantes. Popper, entre otros, utiliza ampliamente citas de estas notas de clase como afirmaciones de Hegel, con el mismo estatus de las afirmaciones del libro.

 

La figura del Estado, dentro de la eticidad, no solo no reemplaza a la familia y a la sociedad civil dentro de la manifestación del Derecho, sino que no tiene sentido sin ellas y no puede simplemente dictarles, por encima, su propia determinación.

 

En segundo lugar, es importante señalar que la completa manifestación del concepto del Derecho en las formas en la que la Filosofía del Derecho lo actualiza no agota la particularidad, la individualidad y la diversidad de manifestaciones, personales y colectivas, dentro de una sociedad. Muy por el contrario, si el sistema que Hegel propone tiene como su columna vertebral la completa manifestación de la libertad, para Hegel se debe alcanzar precisamente lo opuesto, a saber, la fundamentación de lo que sería una verdadera libertad, algo que solo puede ofrecerse a partir de una base institucional que la sustente, promueva y potencie. Desde un punto de vista estrictamente filosófico, lo ideal solo puede ser en una universalidad concreta, que se manifiesta por medio de la particularidad en la individualidad.

 

La actualidad del pensamiento político de Hegel es objeto de una gran discusión. Podemos poner en cuestión, también a partir de los 200 años de historia que han pasado desde la publicación de la Filosofía del Derecho, si una monarquía constitucional hereditaria sea la forma adecuada de garantizar nuestra libertad, si la familia debe estar constituida exclusivamente a partir de un hombre y una mujer o si un sistema de necesidades como el que Hegel describe sea la mejor manera de enfrentar las inequidades naturales y sociales. Sin embargo, acusar a Hegel de ser un pensador totalitario, tanto en lo que se respecta a su método filosófico (su sistematicidad), como en lo que toca a su filosofía política, puede ser hecho apenas a partir de un análisis superficial e incompleto de la compleja obra que este autor nos ha legado.

 

***

 

En la próxima entrega de esta sección nos ocuparemos del escepticismo sobre las revoluciones: pasada la revolución francesa y la euforia democrática que vino con esta, dos obras cuestionaron los valores de la época revolucionaria: La democracia en América, de Tocqueville, y Reflexiones sobre la Revolución Francesa, de Edmund Burke.

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