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20 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 13 horas | ISSN: 2805-6396

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Especiales / Obras del pensamiento político


El ‘Manifiesto’ de Marx y Engels

25 de Junio de 2014

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Andrés Mejía Vergnaud

andresmejiav@gmail.com

 

En febrero de 1848 fue publicado un pequeño texto que terminaba con la frase “¡Proletarios de todos los países, uníos!”. Un grupo de exiliados alemanes lo publicó en Londres, en la lengua germana. Su escritura había sido encargada meses atrás a dos jóvenes entusiastas e intelectuales llamados Karl Marx y Friedrich Engels: la petición venía de un grupo denominado “Liga Comunista Alemana”. Su título original era Manifiesto del Partido Comunista, pero coloquialmente vendría a ser conocido como el Manifiesto comunista. Podrá ser breve en páginas, pero no puede caber duda de que es uno de los escritos más importantes de la historia de la humanidad.

 

En esta serie nos hemos dedicado primordialmente a las grandes obras de la filosofía política, al estilo de República, de Platón; Leviatán, de Hobbes, y El espíritu de las leyes, de Montesquieu. ¿Por qué incluir, entonces, entre tan densos volúmenes, lo que a primera vista parecería nada más que un folleto político? En efecto, el Manifiesto fue en principio concebido como un texto para la acción; la Liga Comunista que propuso se redacción le concebía como una especie de catecismo: una breve declaración de principios seguida de clamores y de programas para entusiasmar y organizar a los comunistas de Europa. Pero encargaron el trabajo a dos jóvenes que habían dedicado los últimos años a la lectura de Hegel, que habían pasado horas conversando sobre Ludwig Feuerbach, y que habían dedicado largas noches a frecuentar las tabernas alemanas donde se hablaba de Filosofía. Y uno de ellos, el joven Karl Marx, había pensado mucho y tenía mucho que decir: así, la obra que emergió de este sencillo encargo, si bien contenía los aspectos programáticos que quería la Liga Comunista, vino también con reflexiones que resumen toda una filosofía: una filosofía de la historia, de la sociedad, de la economía y del hombre. Por ello estas pocas páginas han ganado su lugar en la historia de la filosofía universal.

 

El fruto de Marx y Engels

La obra, decíamos, es fruto del trabajo de Marx y Engels. Pero las partes que nos interesan, las más filosóficas, que componen la primera sección del texto, son muy seguramente atribuibles al trabajo de Marx. El propio Engels no tuvo inconveniente en reconocerlo: en el prefacio a la edición alemana de 1883, Engels dice de modo explícito que la idea de la lucha de clases como motor del cambio histórico se debe únicamente al ingenio de Marx.

 

Este filósofo alemán nació en Tréveris, en 1818. Su familia pertenecía a la clase media alta, y aunque su origen era judío, por prudencia habían abrazado el luteranismo. El padre de Marx, abogado, era un gran lector y su manera de pensar estaba influida por la Ilustración. En sus estudios universitarios, Marx empezó a tener una vida intelectual muy activa, y aunque su padre insistió en que estudiara Derecho, siempre tuvo como principal pasión la Filosofía, y la mantuvo viva mediante lecturas, escritos y sobre todo mediante vivas conversaciones que eran posibles en el muy rico medio intelectual de ese entonces. La tesis doctoral de Marx es un trabajo filosófico sobre el griego Epicuro.

 

El impacto de Hegel

Por esta época, se sentía en Alemania con gran fuerza el impacto de la filosofía de Hegel. Marx se relacionó mucho con los llamados “jóvenes hegelianos”, y tuvo especial interés en dos de ellos, Ludwig Feuerbach y Bruno Bauer. Del segundo fue buen amigo. Al primero, hegeliano materialista, consideró haberlo superado: el brevísimo texto Tesis sobre Feuerbach es uno de los más importantes trabajos de la juventud de Marx, y en él está contenida una de sus más famosas afirmaciones: la de que el trabajo del filósofo ha sido hasta ahora entender el mundo, cuando lo que hay que hacer es transformarlo.

 

La juventud de Marx fue prolífica en escritos, y podría decirse que de esta época hace parte el Manifiesto, publicado en 1848. Engels, su coautor, había nacido en la actual Wuppertal, en Prusia, en 1820, hijo de un rico empresario. Con fuertes intereses intelectuales, fue sin embargo menos meditativo que Marx, y menos dedicado al trabajo académico. Marx y Engels se conocieron a principios de la década de 1840, y mantuvieron alguna correspondencia. Su amistad se consolidaría en 1844, cuando Engels regresó de una estadía en Gran Bretaña durante la cual escribió Las condiciones de la clase obrera en Inglaterra, que es una especie de crónica oscura y pesimista del capitalismo industrial. La relación entre los dos perduraría hasta la muerte de Marx, en 1883: Engels fue su amigo, su colaborador en varios escritos, y el patrocinador financiero de su actividad filosófica.

 

El ‘Manifiesto’

El Manifiesto se divide en cuatro partes y unos párrafos introductorios. La primera, titulada “Burgueses y proletarios”, contiene en breve la teoría marxista de la historia y la sociedad. La segunda, “Proletarios y comunistas”, contiene la propuesta del naciente movimiento a la clase proletaria. La tercera se llama “Literatura socialista y comunista”: es una revisión crítica de las ideas socialistas que circulaban ese entonces. Y la cuarta es una especie de epílogo programático sobre lo que los comunistas planean hacer en Europa; termina con la célebre tesis de que “Los proletarios no tienen nada que perder en ella [la revolución] más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar”.

 

¿Cómo interpreta el Manifiesto la historia de la humanidad? Como una permanente lucha entre opresores y oprimidos. La historia, dice en famosa expresión, es la historia de la lucha de clases, desde la antigüedad hasta hoy. Y en esa lucha permanente ocurren transformaciones revolucionarias de la estructura social.

 

Una de esas transformaciones, ocurridas en el ocaso de la feudalidad medieval, dio origen a la clase burguesa, la cual nació de los artesanos libres en las ciudades del medioevo. Al modo de ser de la burguesía dedica el Manifiesto sus mejores análisis. Se trata de una clase revolucionaria en sí misma: la burguesía revoluciona constantemente las estructuras existentes, y va dejando atrás lo que en la antigüedad y en el medioevo eran valores firmes y solemnes. La burguesía, dice el Manifiesto, ha desatado las más asombrosas fuerzas productivas, y la conquista de nuevos mares y nuevos territorios ha multiplicado ese esfuerzo. Jamás nos habríamos imaginado, dice el Manifiesto, que en la sociedad humana yaciera tal capacidad de invención y producción.

 

Lo anterior, sin embargo, no significa que la burguesía haya puesto fin a las contradicciones de clase. Ellas, dice el Manifiesto, se producen ahora por la aparición del proletariado. Si la burguesía se define como la clase de quienes detentan el capital, el proletariado es la clase de quienes tienen que vivir de la venta de su fuerza de trabajo. Ese proletariado vendría a ocupar la posición del oprimido en esta nueva lucha de clases: su situación está sujeta a las fluctuaciones en el mercado del trabajo, y al hacinamiento y la explotación propios de la organización industrial. Pero incluso los pequeños burgueses sucumbirán, según el Manifiesto, a la competencia con el gran capital y caerán a la masa del proletariado.

 

La burguesía, dice el Manifiesto, se asemeja al mago que tras generar un poder misterioso es luego incapaz de controlarlo. Y ello sucede con la aparición del proletariado: en su condición de oprimido, el proletariado se organizaría cada vez más, entrando en colisión con la burguesía: una lucha a la cual se van sumando incluso las clases medias de la sociedad. Y es una lucha que no puede tener otro objetivo que abolir las condiciones que permiten la apropiación de la riqueza y la perpetuación del sistema. En términos actuales diríamos abolir el capitalismo. Así, la burguesía, según el Manifiesto, “produce sus propios sepultureros”, los proletarios, ya que ella no puede existir sin la explotación del trabajo.

 

Páginas más adelante, en la segunda sección, Marx y Engels proponen algunas bases para la fundación de una nueva sociedad: expropiación de la tierra, abolición de las herencias, nacionalización de la banca, educación gratuita universal, etc. Palabras estas que de allí en adelante alimentarían muchas esperanzas y múltiples movimientos revolucionarios. La frase con la que empieza el Manifiesto, “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”, sería 100 años después una patente y polémica realidad.

 

***

 

A la más famosa obra de Marx, El capital, dedicaremos una futura entrega para mantener el orden cronológico, el cual nos llevará en el próximo número hacia la vigorosa reformulación del liberalismo inglés en la obra Sobre la libertad, de John Stuart Mill.

 

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