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04 de Mayo de 2024 /
Actualizado hace 9 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Doxa y Logos

Amor y política: lados oscuros

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Jorge González Jácome
Profesor asociado de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes

A veces leemos libros que se alojan en nuestra conciencia por una escena, por una frase o por una idea general. Cuando los recomendamos u opinamos sobre ellos tenemos un juicio consciente que hemos guardado en la memoria desde que los terminamos. Pero a veces ocurre algo extraño. Sin saber exactamente por qué, se nos aparece una frase o una escena de un libro que no cargábamos en nuestra conciencia, un fragmento de esos que no había aparecido en nuestras conversaciones. Lo mágico y misterioso es que esto ocurre sin volver a abrir el libro, quizás porque es una huella imperceptible que nos van dejando, incluso contra nuestra voluntad, las historias que leemos.

Hace poco me ocurrió algo así con 1984 de George Orwell, un libro que he releído varias veces por intereses personales y académicos. Como muchos de los que lo han leído, me impacta conscientemente esa figura omnipresente del Gran Hermano, la claustrofobia de Winston –su protagonista–, el romance frustrado con Julia y, finalmente, la escena de una aterradora tortura que siempre siento en el estómago. Pero hace poco emergió una frase a la que no le había dedicado tantas reflexiones como a otras partes del libro. Recordé que al final de la historia, las torturas habían doblegado a Winston a tal punto que el libro cierra con un “amaba al Hermano Mayor”.

No es raro que haya vuelto a pensar en 1984. El mundo y América Latina no cesan de preguntarse sobre un autoritarismo que se parece menos al de otras décadas del siglo XX, en donde quizás había menos dudas para catalogar a un régimen como tal. Antes entraban los militares, interrumpían la democracia y gobernaban por un tiempo indeterminado, hasta que aguantaban, y empezaba un nuevo ciclo. Hoy parece haber menos de este tipo de interrupciones y la pregunta sobre el autoritarismo ha hecho a los constitucionalistas indagar sobre la posibilidad de vivir en tales regímenes incluso bajo democracias aparentes.

Quizás por esto, aunque repito que no lo sé, volvió a mi mente esa frase final de 1984. Este libro parece estar volviendo a mi vida orientándome para comprender las emociones y las sutilezas detrás de las cuales se puede esconder el autoritarismo. En la última década, varios filósofos políticos han escrito trabajos interesantes sobre el impacto de emociones y afectos como la rabia, la empatía, el amor y otros en la política contemporánea. Quizás haber leído, con menos juicio del que hubiera querido, esa literatura, me ha llevado a recordar 1984 como no lo había hecho antes y a preguntarme por qué es tan aterrador y tan pesimista que el Gran Hermano haya hecho que Winston lo ame.

Tengo varias preguntas sin respuestas: ¿es la política el lugar para el amor?, ¿debemos sospechar o abrazar a aquellos líderes que buscan sustentar su mandato y alianza con la ciudadanía basados en una idea de amor? Una interpretación del horror con el que termina 1984 es que la tortura a la que fue sometido Winston lo llevó forzosamente a amar al Gran Hermano. La tragedia es que haya un régimen totalitario que nos controle incluso uno de los sentimientos más liberadores de nuestra existencia como individuos. Pero otra interpretación plausible de la obra es que el amor es problemático, lo suficientemente complejo en la vida privada y con lados tan oscuros, que deberíamos sospechar que los lazos entre gobernantes y gobernados se construyan alrededor de tal sentimiento.

En un comentario a su novela Los enamoramientos, una historia que se estructura a partir de un crimen que un par de amantes justifica precisamente por amor, Javier Marías decía: “las cosas mezquinas que son capaces de llevar a cabo las personas enamoradas, y que, precisamente por estar dictadas por un sentimiento casi universalmente considerado deseable y positivo, ‘mejorador’, incluso salvífico y ‘redentor’, suelen encontrar fácil justificación, tanto para quien las comete como para quien asiste a ellas, a veces hasta para quien las padece”. Es gracias a este cuestionamiento sobre el amor que propone Marías que el final de 1984 parece aterrador no solo por haber doblegado por completo la personalidad de Winston, sino porque se nos revela entonces que el totalitarismo del Gran Hermano busca un amor irrestricto en donde, quizás, es posible que emerja el lado oscuro del que nos alerta el escritor español.

No son pocos los gobernantes en la historia, laicos y religiosos, de izquierda y derecha, que han puesto el énfasis en una relación amorosa con el pueblo. Tampoco son pocas las historias, reales y ficticias, que se vuelven aterradoras luego de haber empezado desde el amor o que lo buscan. Es por eso que, al menos, debemos ser críticos frente a la idea del amor en el espacio de lo público: porque no necesariamente es un sentimiento bondadoso en abstracto, sino que tiene lados oscuros. Como en 1984, lo aterrador es que el amor sea la última palabra en política y cierre nuestras discusiones morales.

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