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18 de Abril de 2024 /
Actualizado hace 10 minutos | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Crítica Literaria

‘Entrevistas, evocaciones & 7 poemas inéditos’, de Raúl Gómez Jattin

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Juan Gustavo Cobo Borda

 

Raúl Gómez Jattin (1945-1997) se ha convertido en un mito insoslayable dentro de la historia de la poesía colombiana. Así lo refrenda este volumen que sigue el formato de los dos ya publicados: María Mercedes Carranza y Luis Vidales. Ensayos, aproximaciones, poemas e iconografía.

 

La región del Sinú con eje en Cereté sería su tierra raizal, mirando hacia el Caribe, y la ciudad de Cartagena, cuna y tumba, como los dos polos de su trayectoria.

 

Marcada por su relación edípica con su madre, la cosmogonía árabe de su estirpe y una desaforada sexualidad polimorfa desde la infancia, propenso a la zoofilia, hay algo arcádico en muchas de sus actitudes, rebeldes y desprejuiciadas, pero hay también una carga oscura contra convenciones sociales pueblerinas. La absorción de los adolescentes de ambos sexos en esos rituales cosificadores del trabajo y la familia.

 

Por ello no vacilará en reconocer cómo una amiga se ha vuelto “insolente y malvada”. Tal es el precio de la madurez. Algo que el propio Gómez Jattin vivió en carne propia, viniéndose a Bogotá, a estudiar Derecho en el Externado y formaría parte del grupo de teatro, montando adaptaciones de textos de Gabriel García Márquez.

 

En 1980 publicaría su primera reunión de poemas saludada con alborozo por Jaime Jaramillo Escobar, el veterano nadaista, encontrando la fraternidad cómplice de directores de revistas como Milciades Arévalo en Puesto de Combate, que iniciarán su peregrinaje a la tierra de Raúl y a su casa. Así estas vivencias se expandieron con la lectura, los recitales y algunas notas en periódicos y suplementos.

 

En este bloque, además de Arévalo, es valioso el testimonio de Hernán Darío Correa, amigo que lo visitaría en su solar de hamaca y música, de marihuana y desajuste mental, en el duro tránsito por clínicas siquiátricas, hospitales mentales e incluso incendios en los precarios hoteles donde pernoctaba. Él creía en Borges y Cavafis, Juan Manuel Serrat y el Tuerto López. Pero las barreras que pretendía derrumbar lo hirieron a él con los amargos cuchillos de la poesía. Hasta hacerlo incluso ir a Cuba en busca de alivio.

Por ello, muchos de los válidos y certeros testimonios, sean de la pintora Bibiana Vélez, como las conferencias de Darío Jaramillo, Roberto Burgos o Rómulo Bustos apuntan al reconocimiento de ese gran ángel caído que deambuló por esta tierra deparándonos una cosecha de inextinguible belleza.

 

Así, los siete poemas inéditos que se incluyen reiteran los tópicos característicos de su obra: el poeta ahora célebre que retorna descalzo a su pueblo y a su casa en ruinas donde ya no están los padres que pudieron disfrutar también su gloria.

 

Su trascendencia no es solo local. Carlos Monsiváis (1938-2010) en su libro Las esencias viajeras (2012) lo incorpora a la rescatada gran tradición de la poesía homosexual en lengua española que tiene hitos como Porfirio Barba Jacob y Luis Cernuda, Salvador Novo y Reinaldo Arenas.

 

Donde esa mezcla singular entre la antigüedad neoclásica recreada por Cavafis se funde con los rudos e impetuosos cuerpos campesinos adolescentes del amanecer en el valle del Sinú.

 

Tantos placeres y deleites que se marchitan mientras el poeta inflexible no claudica: mantiene vivas y abiertas todas las heridas que le infligieron y las sórdidas calumnias con que lo mancillaron.

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