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28 de Marzo de 2024 /
Actualizado hace 15 horas | ISSN: 2805-6396

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Opinión / Etcétera

Doxa y Logos

Alternativas y educación

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Nicolás Parra Herrera

 

Llegué 15 minutos antes del inicio de la clase dictada por Cornel West y Roberto Unger sobre la democracia americana. Quienes me invitaron me advirtieron que el salón, pese a tener una capacidad de 150 personas, iba a estar a reventar. Para los que no han oído hablar de Cornel West, cabe aclarar que se trata de uno de los intelectuales públicos más reconocidos en EE UU. Sus libros sobre raza (Race Matters), democracia (Democracy Matters) y la filosofía pragmatista (The American Evasion of Philosophy) son indispensables para examinar socráticamente la experiencia norteamericana.

 

Con gafas negras, blazer negro, pantalón negro, corbata negra, chaleco negro, reloj colgante del chaleco y una camisa blanca con mancornas negras, como lo hizo décadas antes en la película Matrix, entró West en el salón que, como en un estadio, se iba llenando paulatinamente de eufóricos simpatizantes y estridentes críticos. Quizás lo único blanco, aparte de su camisa, eran sus barbas canosas que reflejaban, como todas las canas, el gozoso dolor de pensar.

 

“En este curso queremos iniciar una dialéctica sobre el pasado norteamericano y las posibilidades del futuro norteamericano”, dijo Unger. Y West señaló: “Sin el derecho a participar en una conversación pública, el autoritarismo sofocará cualquier propuesta sobre las alternativas políticas y económicas”. ¿Cómo podemos pensar y dialogar de tal forma que exista un compromiso hacia la dignidad y libertad de las personas?

 

El centro de la idea “democracia” consiste en la creencia de que los ciudadanos comunes y corrientes pueden ser grandiosos. Sin embargo, hay que repensar el impulso de solidaridad y el impulso de la autocreación. No se trata de no hacer daño, pero tampoco de acomodarse a los otros. West inició su clase preguntándose: ¿Cómo hablar de cambiar la conciencia en nuestro presente? Una gran pregunta, sin duda, pero mejor fue la forma como un estudiante contrapreguntó: ¿Cuando hablan de conciencia a qué se refieren? Unger le dijo que se trataba de la interpretación de nuestra vida social. Las instituciones no solo son cosas materiales; para que ellas existan, deben estar en un mundo construido en nuestras ideas. La conciencia, concluyó, es el matrimonio entre nuestros ideales y las instituciones. West, en contraste, fue al punto: la conciencia son formas de vida y de existir.

 

Cuando Unger hablaba sobre sus propuestas económicas y aclaraba que no eran de corte marxista, West asentía, fruncía el ceño e interrumpía con su poderosa retórica y frases del estilo: “Tenemos que cuestionar la democracia desde la innegable realidad de que somos seres humanos que habitamos en formas de muerte, de dogma y de dominación. Somos frágiles, pero con la posibilidad de ser valientes y conscientes de los lentes con los que miramos el mundo”. Cada vez que West terminaba una frase, y esto no lo había visto nunca en un recinto académico, los asistentes gemían: ¡aha!, ¡hmm! ¡yeah! Y aplaudían como si estuvieran en un espectáculo musical que ameritaba un entusiasmo moderado. La euforia crecía como si West estuviera predicando o leyendo el inexistente oráculo de la verdad. Los estudiantes, jóvenes y viejos (que no eran pocos), se reían, asentían, susurraban, como si en esta suspensión académica, se estuviera realmente interrogando el pasado y el futuro de EE UU y, con suerte, de sus vidas.

 

Salí a la calle y recordé la pregunta con la que West y Unger abrieron la discusión: ¿Qué alternativas políticas y económicas necesitamos? La respuesta a una pregunta tan general solo podía ser imprecisa y abstracta: “La transformación de la conciencia y de las instituciones”. Me pregunté si ello era aplicable a Colombia. Si necesitamos transformar la conciencia y las instituciones para pensar alternativas. Me pregunté qué quería decir la “conciencia colombiana”, ¿era posible encontrar algo común en tanta diferencia? No lo sé. Pero, creo que un primer paso para pensar alternativas políticas es acercarnos unos a otros a dialogar, es decir, pensar la realidad de forma flexible, comunal, con esperanza, con improvisación, buscando la voz propia en medio de una polifonía política que a veces nos atemoriza, a veces nos amenaza y a veces nos incita a repensar nuestras creencias. 

 

Antes de terminar la clase, West exhortó a los estudiantes a recodar el verdadero valor de la educación: “la educación es como el aire, habilita y empodera, pero cuando se ve como algo impuesto desde afuera, como algo externo, aliena la libertad de pensamiento”. No sé qué alternativas políticas y económicas se requieren, solo entiendo que la educación es la condición de posibilidad de existir, de salir de sí, de estrellarse contra el mundo, y de volver a sí transformado para presenciar la negociación entre quien éramos y quien queremos ser. Sin poder experimentar la educación así, no podemos siquiera pensar en alternativas.

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